martes, 8 de abril de 2008

Papá Chema


Hay razones para escribir y razones para dejar de hacerlo. Y hay la sin razón de escribir. Esa que te urge a hacerlo, por traerlo todo en la cabeza y no querer soltarlo. ¿Qué caso tiene? ¿Qué miedo tienes? Miedo a que al escribirlo se desaparezca o que te obligue a llorar buscando un consuelo que llevas ya dentro. Estos últimos meses he escrito algo, éstas últimas semanas no he podido escribir. Quería escribirte ésto justo el día que te fuiste, decirte lo que pude decir. Gracias por enseñarme a preguntar, gracias por crear en mi esa mente inquisitiva y rebelde, libre vaya. Hablarte para que te fueras tranquilo pues todos lo estabamos. Cumpliste fabulosamente tu misión de padre, viendo, guiando, soltando y pidiendo que regresaramos a tu lado. ¿Cuándo volviste? me preguntabas cuando dejaba de visitarte un par de días y yo te contestaba que acababa de regresar y que tú habías sido la primera persona a la que visitaba, eso te alegraba y emitías una exclamación entre la incredulidad y la certeza. Si no te iba a visitar tu venías o me llamabas para que fuera por tí o enviara a mi hijo, el que tan bien maneja, según tú. La certeza me la diste tú mismo cuando desconsoladamente lloraba abrazada a tu cuerpo inerte, cuando para despedirte me iluminaste con esa imagen, tu y yo caminando juntos, así caminaremos Papá, te entendí, caminaremos, yo con mi mano en tu brazo. Tu brazo fuerte que me protegió siempre, que me permitiste tomar cuando te faltaban las fuerzas. Gracias Papá, por tu ejemplo de fortaleza y de trabajo. Por enseñarme a vivir sin temores, recuerdo perfecto las tantas veces que dejabas tu carro abierto, con las llaves en el encendido, cuando llegabas a visitarme a mi casa, solo un par de minutos, a verme, a que te viera, no querías nada mas que vernos, vamos ni agua! solo te estacionabas y salías corriendo, brincando las escaleras de la entrada, como diciendo, mirame joven a los 70 y tantos. Después no temí llegar a verte aunque fueran dos minutos. Pude estar contigo tardes enteras viendo los toros que al principio me parecía un acto verdaderamente barbárico y luego se tornaron conversaciones de las que extraía tus conocimientos. Tardes de sábado viendo por televisión "sábados con Saldaña" en los que rememorabas tus viajes al DF a la Cueva de Amparo Montes y caminatas por las calles de la capital, guapo, dandy. Tardes en los columpios a donde nos llevabas, tardes viendo casas en aquel guayin amarillo en el que todos cabíamos. Noches de misa de 8 en catedral, noches de viajes por carretera durante los cuales sacabas medio cuerpo por la ventana para respirar el aire de tu tierra. Las mañanas en las que nos llevabas a la escuela consiguiendonos raite a medio Boulevard Rodríguez. Mañana en la que tuve que sacar valor para verte salir, para siempre de mi casa. No quería estar ahí, no quería verte partir en esa fría vagoneta. Me diste valor para acompañar a mi madre, para hacerme cargo. Me diste tiempo para todo, hasta para escoger el poema que pondría en tu esquela. Me diste todo y te dí lo que podía. Es cierto, no te dí todo mi amor, ese te lo seguiré dando porque perdura, como tu amor hacía mí, hacía tu familia. Te lloramos ahora, tal vez te lloraremos siempre, pero me resisto a volver tristeza tu recuerdo.